Aida de Heras
“¡Menudo viaje!” fue lo que me venía repitiendo en bucle durante la semana después de la carrera. La interjección era aplicable tanto a la muy elegante distancia de la Kromvojoj, una carrera que originalmente ofrecía nada menos que 1400km y 24000m de desnivel alrededor de Cataluña, como al inmenso abanico de emociones que me acompañaron a lo largo del evento.
- La aventura tenía un lugar particularmente especial para mí por varias razones:
- Era mi primer evento de ultraciclismo.
- Era también mi primer evento ciclista.
- Tenía lugar en la tierra que me vio crecer hasta que me mudé al Reino Unido hace 15 años.
- Los organizadores (Joan, Oriol, Bernat y Tomás) habían demostrado su compromiso a incrementar la participación femenina en las pruebas de ultraciclismo, incluyendo una esponsorizaje mediante la beca Sponsoreco, con la que eliminar barreras a personas menos representadas en este deporte.
En realidad, yo nunca me había planteado seriamente participar en una prueba de este calibre. Al menos no en ese momento, en el que la ultradistancia era un monstruo aún desconocido para mí y con una ruta con semejante barbaridad de desnivel acumulado. Pongamos las cartas sobre la mesa: ni soy una ciclista particularmente rápida ni tengo el físico o habilidad del escalador, con lo cual era lógico pensar que este reto estaba completamente fuera de mis posibilidades.
Oriol y Joan se ofrecieron muy amablemente hacer una videollamada que me permitiera buscar respuesta a todas y cada una de mis dudas, y que me ayudó a finalmente comprometerme y participar de una experiencia que sólo iba a poder afrontar con una cabezonería digna de mención (y a la que por fin le había encontrado uso después de toda una vida de críticas). Y habiendo vivido lo vivido, puedo decir que nunca les podré agradecer la oportunidad tanto como se lo merecen.
Así que ahí me planto, habiendo viajado desde Bristol con todos mis bártulos ciclistas en una maleta gigantesca y llena de todo lo que yo predecía que iba a poder necesitar para rodar por Cataluña en mayo. Mayo, un mes que siempre había sido mi favorito por su delicadeza, con temperaturas cálidas y ligeras brisas en la costa, y frescos pero soleados días en la alta montaña. Estaba claro que podía llover en algún momento o refrescar durante la noche, porque al fin y al cabo íbamos a estar rodando cerca de una semana, pero en teoría las condiciones para rodar eran ideales, porque era mayo. Mayo, bendito mes de mayo.
Cinco días antes de la salida, mientras teletrabajo desde casa de mi madre e intento ignorar los nervios que me vienen acompañando durante toda la semana, mi teléfono empieza a recibir cientos de mensajes. Siempre dispuesta a interrumpir mi trabajo para investigar casi cualquier otro asunto, atiendo al teléfono para descubrir que todos los mensajes vienen del grupo de participantes de la Kromvojoj. ¿El problema? La climatología. Y no el cambio climático a grandes rasgos, que también tiene cabida en todo esto, sino muy concretamente el tiempo que nos espera durante la Kromvo: tormentas en todas partes y en los Pirineos, nieve.
Y ahí estaba yo, equipada con mi mallot ultraligero de verano intenso que se seca de un soplo, unos manguitos y mis guantes de verano. Así que, por supuesto, me pasé el resto de la semana corriendo de un lado a otro intentando encontrar el equipamiento adecuado adecuado.
Si seguiste la carrera, ya sabrás que lo que aconteció no nos facilitó nada la vida. Empezamos empapados hasta la médula gracias a una lluvia bastante intensa y que, muy pacientemente, esperó hasta el tiro de salida para empezar a caer; rodamos durante una primera noche muchísimo más fría de lo que esperábamos; y las fuertes rachas de viento hicieron que partes de la ruta fueran casi imposibles de navegar. En dos ocasiones, acabé andando junto a la bici porque no podía controlarla. Al final de un largo descenso en los Pirineos que fue indudablemente mi más aterradora experiencia ciclista hasta el día de hoy, estuve a punto de tirar la toalla y no volver a subirme a una bici nunca más.
Pero no nos dejemos llevar por la intemperie. Llevo muchos años en el Reino Unido pero no quiero sucumbir a una costumbre tan británica como es hablar del clima constantemente. En resumen, el tiempo fue un horror y no creo que nadie se atreva a poner este veredicto en duda. Y dicho esto, a otra cosa mariposa.
De lo que realmente quiero hablar es de la gente que hizo que locura fuese única y preciada, empezando por aquellos que, desde casa, me apoyaron de alguna forma u otra. Mi madre hizo un trabajo espectacular ayudándome a poner mis prioridades en orden cuando, la semana antes del evento, me vi en el dilema de elegir entre correr la Kromvo o asistir a una entrevista de trabajo en Bristol.
Cuando conocí a mi compañero hace tres años, había desistido completamente a montar en bici porque estaba convencida de que nunca podría pasar más de tres horas sobre el sillín sin que se me viera el blanco de los ojos cada vez que rodaba sobre una pequeña grieta en el asfalto. Fue su natural disposición de resolver problemas lo que me llevó a seguir buscando la forma de poder pasar más y más horas sobre la bici.
Mi hermana me ofreció una siempre infalible solidez emocional, que a mí me faltaba, y consiguió hacer que me emocionara por correr el evento, en lugar de quedarme petrificada por los nervios pensando en todo lo que podía ir mal.
Una vez agradecidos los de casa, pasamos a mis compañeros de ruta; todos esos corredores a los que conocí por el camino y me hicieron reír, me vieron llorar e hicieron de ésta la aventura perfecta. Aunque todo el mundo jugó su papel en el camino, algunos corredores merecen una especial mención:
- Juanma Pérez, quien muy creativamente bautizó nuestra grupeta como ‘Equipo Actimel’ y que, por lo tanto, se ganó el título de Fundador y CEO del Equipo Actimel. Habiendo sido voluntario en la Kromvo en año anterior, Juanma también se quiso lanzar a la aventura y aprendió que se sufre y se disfruta tanto como parece, o más.
- Ricardo de Miguel, Vicepresidente y Consejero Estratégico, sólido compañero y voz de la sensatez hasta que tuvo que abandonar la carrera por problemas de rodilla.
- Àlex Lorenzo, Miembro Honorario del Equipo Actimel y cuya positividad y buena energía hizo más por levantar nuestro ánimo que cualquier gel de cafeína.
(Hace poco me preguntaron que por qué ‘Equipo Actimel’ y no otra cosa, y la verdad es que no pude responder porque ni siquiera me había parado a preguntármelo. Igual eso indica que en las carreras de ultradistancia el pensamiento lógico no tiene mucha cabida; las cosas se aceptan tal cual vienen, y punto.)
A pesar de la preciosa ruta, este viaje podría haber sido muy gris sin ellos. Les debo una tonelada de gracias por poner música y color a la experiencia, y espero sinceramente volver a rodar con ellos. Más personas grandes:
- Xavier Sanjuan y Jaume Vila, una pareja de ciclistas que merecen estar en el top 10 por ser una inspiración sobre ruedas y por su larga historia compartiendo rutas. Ojalá podamos volver a compartir geles de cafeína o platos de pasta.
- Todos los corredores a quien vimos desaparecer en la lejanía desde la salida, como Toni Calderón, Borja Gascón, Marc Marimón, Nahuel Passerat y otros, por recordarnos al resto que nosotros sí somos mortales y debemos actuar en consecuencia.
- Victoria Andrés, la otra única representante femenina y por quien me quito el sombrero, por haber demostrado una perseverancia y determinación impresionantes. Ni siquiera un doble pinchazo durante la primera noche que la llevó casi a la hipotermia pudieron hacer que dejara de perseguir (y finalmente adelantar) a mi grupeta. Muy serio ese poderío.
- Finalmente, los voluntarios y Dotwatchers que se convirtieron, en puntos distintos de la carrera, en mis personas favoritas en todo el universo por darnos esos empujoncitos que tanto necesitábamos.
Qué gran privilegio contar con el apoyo de tanta gente que, al contrario que yo, sí que creía que podía participar, disfrutar y acabar este evento. Qué bonito haber podido meter la cabeza en el mundo del ultraciclismo de esta forma, en un evento familiar en el que puedes acabar conociendo a prácticamente todos los corredores, en el que la organización te cuida tanto y en el que siempre hay alguien esperándote en los checkpoints o contactándote para saber que estás bien. Qué belleza y variedad paisajística tiene la tierra de dónde vengo, y qué gran forma de explorarla es hacerlo sobre dos ruedas.
Dicho esto, me entristece no ver más mujeres en este tipo de eventos. Así que a todos los ciclistas (y no ciclistas) que lean esto: si conoces a mujeres que se plantean participar en un evento ultraciclista (o de cualquier otro tipo de ciclismo) por favor pon de tu parte por apoyarlas, empujarlas, animarlas y empoderarlas a que lo hagan. Haz que el espíritu aventurero se apodere de ellas y quieran explorar sus límites, a disfrutar la intensidad del bikepacking y a embarcarse en un viaje que puede, o no, acabar en la línea de meta. Para mí, la aventura continúa.
Al final del día, los resultados no importan. La definición de éxito es muy personal. Para algunos, el podio es el objetivo, o superar un cierto tiempo. Para otros, presentarse al evento es suficiente. Otros simplemente quieren disfrutar del camino, tarden lo que tarden. La mayoría definimos el éxito de forma más dinámica, y lo que queremos conseguir fluctúa dependiendo del momento en el que nos encontramos, antes y durante la carrera.
Lo que sí que importa es el compromiso por intentarlo, sea cual sea el objetivo. Finalizar o no, competir o pasear, lo que cuenta que la experiencia, el paisaje y la libertad que la bicicleta ofrece te abracen y se apoderen de ti.
Deja que la bici te lleve a lugares nuevos, tanto en cuerpo como en mente. Simplemente preséntate a la línea de salida. Deja que el resto ocurra.